Era una tarde fría y la niebla húmeda y llorona invadía las calles. Iba acompañada de un compi de trabajo, compartíamos taxi, y al pasar delante de la biblioteca le pedí que me dejara allí.
¡Manolo, no te metas en mi historia a la mínima! Continúo...
Antes de que cerrara la biblioteca de la ciudad donde estaba destinada, lejos de casa, cogí prestada la novela de la que hoy os hablo en la sección: La biblioteca de las chicas Britt.
El retrato de Rose Madder.
Stephen King recreó muy bien la violencia de género cuando en España ni se había planteado el asunto nuestros políticos ni la sociedad. Ya se sabe, los americanos siempre a la vanguardia de lo malo.
Vamos al lío: llegué al piso que compartía con dos compañeras más y como estas solían irse de ligue cada noche y yo estaba, y estoy, en pareja y soy fiel como un perro, me metí en la cama con una taza de chocolate caliente y la novela. Era un tocho pero Rosa Daniels, la protagonista, me estaba interesando. Era más de medianoche cuando aún estaba con la novela entre mis manos, los pies fríos y con los jadeos copulatorios de fondo de una de mis compañeras de piso: tenía montada una buena en su habitación con el cachas del gimnasio. Tan concentrada estaba en liarme la manta a la cabeza y asesinar yo misma a Norman, el marido policía maltratador de la protagonista, que se me olvido hacer la llamada de rigor a mi mujer. Tarde, pero la hice.
Recreación. Noviembre de 1997. Llamada telefónica.
-¡No me has llamado!
Empezábamos bien la llamada, con Churri cabreada.
-Me he despistado leyendo. ¡Oye, también podías haberme llamado tú!
Silencio. Tic, tac, tic, tac... Hasta que se bajó del burraco en el que se había montado y dijo:
-¿Hace frío allí?
-Sí, mucho. Frío y niebla.
-Abrígate bien que ya sabes lo delicada que tienes la garganta. ¿Llevas la bufanda de lana que te compré? Me refiero a la azul.
-La llevo.
-No la roja con bordes negros, me refiero a la azul con los bordes dorados.
-La llevo.
-¿Seguro que es la azul con los bordes dorados?
¡Qué sí, cojones! Pensé, pero no lo dije.
-La llevo, cariño.
La bufanda que me compró picaba tanto como cien avispas enfurecidas. No sé dónde la compró pero no era apta para pieles delicadas, ancianas, niños ni aliens. Pero las cosas regaladas con amor no se discuten, aunque te cuesten el cuello o la vida. Ley no escrita: no te quejes hasta que lleves cinco años en pareja, luego ya despotrica. Nosotras llevábamos cuatro años de relación en amour y armonia pero rozando la línea fina de la incomprensión y los dardos envenenados. Y mi churri tenía, y tiene, un detector de mentiras potente e imaginé la cara que estaba poniendo cuando me decía:
-¡Pues no la llevas porque te la dejaste aquí! Luego a quejarte de que tienes faringitis.
-¡¡¡Si sabes que no la llevo pa qué me preguntas!!!
-Para saber hasta donde llega tu cinísmo.
-¿Y he sacado buena puntuación?
-Llegarás lejos.
Tras un silencio de rigor, supe que del burraco debía bajarme yo.
-Siento no haber cogido la bufanda azul con los bordes dorados.
-No te preocupes, te he puesto en la maleta la bufanda roja con bordes negros.
Ahí estábamos ambas: en la ruleta rusa del amour.
En fin...
Para mí, esta es una de las mejores novelas de King. Me sorprendió bastante lo que hace la protagonista para librase de su marido maltratador. El escritor se mete a la perfección en la piel de una mujer maltratada y el lector siente rabia e impotencia.
La recomiendo encarecidamente a todos los públicos. Un tema que está de actualidad: la violencia de género.
¡Manolo, no te metas en mi historia a la mínima! Continúo...
Antes de que cerrara la biblioteca de la ciudad donde estaba destinada, lejos de casa, cogí prestada la novela de la que hoy os hablo en la sección: La biblioteca de las chicas Britt.
El retrato de Rose Madder.
Stephen King recreó muy bien la violencia de género cuando en España ni se había planteado el asunto nuestros políticos ni la sociedad. Ya se sabe, los americanos siempre a la vanguardia de lo malo.
Vamos al lío: llegué al piso que compartía con dos compañeras más y como estas solían irse de ligue cada noche y yo estaba, y estoy, en pareja y soy fiel como un perro, me metí en la cama con una taza de chocolate caliente y la novela. Era un tocho pero Rosa Daniels, la protagonista, me estaba interesando. Era más de medianoche cuando aún estaba con la novela entre mis manos, los pies fríos y con los jadeos copulatorios de fondo de una de mis compañeras de piso: tenía montada una buena en su habitación con el cachas del gimnasio. Tan concentrada estaba en liarme la manta a la cabeza y asesinar yo misma a Norman, el marido policía maltratador de la protagonista, que se me olvido hacer la llamada de rigor a mi mujer. Tarde, pero la hice.
Recreación. Noviembre de 1997. Llamada telefónica.
-¡No me has llamado!
Empezábamos bien la llamada, con Churri cabreada.
-Me he despistado leyendo. ¡Oye, también podías haberme llamado tú!
Silencio. Tic, tac, tic, tac... Hasta que se bajó del burraco en el que se había montado y dijo:
-¿Hace frío allí?
-Sí, mucho. Frío y niebla.
-Abrígate bien que ya sabes lo delicada que tienes la garganta. ¿Llevas la bufanda de lana que te compré? Me refiero a la azul.
-La llevo.
-No la roja con bordes negros, me refiero a la azul con los bordes dorados.
-La llevo.
-¿Seguro que es la azul con los bordes dorados?
¡Qué sí, cojones! Pensé, pero no lo dije.
-La llevo, cariño.
La bufanda que me compró picaba tanto como cien avispas enfurecidas. No sé dónde la compró pero no era apta para pieles delicadas, ancianas, niños ni aliens. Pero las cosas regaladas con amor no se discuten, aunque te cuesten el cuello o la vida. Ley no escrita: no te quejes hasta que lleves cinco años en pareja, luego ya despotrica. Nosotras llevábamos cuatro años de relación en amour y armonia pero rozando la línea fina de la incomprensión y los dardos envenenados. Y mi churri tenía, y tiene, un detector de mentiras potente e imaginé la cara que estaba poniendo cuando me decía:
-¡Pues no la llevas porque te la dejaste aquí! Luego a quejarte de que tienes faringitis.
-¡¡¡Si sabes que no la llevo pa qué me preguntas!!!
-Para saber hasta donde llega tu cinísmo.
-¿Y he sacado buena puntuación?
-Llegarás lejos.
Tras un silencio de rigor, supe que del burraco debía bajarme yo.
-Siento no haber cogido la bufanda azul con los bordes dorados.
-No te preocupes, te he puesto en la maleta la bufanda roja con bordes negros.
Ahí estábamos ambas: en la ruleta rusa del amour.
Para mí, esta es una de las mejores novelas de King. Me sorprendió bastante lo que hace la protagonista para librase de su marido maltratador. El escritor se mete a la perfección en la piel de una mujer maltratada y el lector siente rabia e impotencia.
La recomiendo encarecidamente a todos los públicos. Un tema que está de actualidad: la violencia de género.
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