Mientras las nubes lloronas se instalaban lentamente en la ciudad y las luces de las farolas amarilleaban la neblina húmeda, Maite se olvidó de la hora en la habitación de un hotel. Su mente estaba puesta en aquel líquido dulzón de color ámbar. Y no porque lo saboreara, sino porque era aquella joven, a la que acababa de conocer, la que lo estaba esparciendo sobre su cuerpo, delicadamente y con intenciones aviesas. Solo sabía que se llamaba Lola, pero eso le bastaba. La pasta pegajosa unió ambos cuerpos desnudos: pecho contra pecho. De súbito, el teléfono móvil de Maite emitió un suave pitido. Lo miró y frunció el ceño.
―Mi marido. ¡Siempre tan oportuno!
Vio en Lola la frustración instalada en su rostro, así que dijo:
―Antes probaremos esa miel que has traído.
―Es miel de mil flores.
―¡Pues mejor!
Wow Martina, qué bien se te da el género erótico. Bueno, en realidad es que se te da bien escribir de todo.
ResponderEliminarBesos.
Martina, ¡qué bien está el párrafo! Se me ha hecho corto pero me ha gustado. :)))
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